Jesús proclamó en la tercera bienaventuranza: Bienaventurados los que lloran.
Hay en la vida lágrimas de cocodrilo, lágrimas fingidas, lágrimas inútiles… pero también hay lágrimas de amor, de amor que sufre por los seres queridos, por las injusticias, por la impotencia ante los acontecimientos.
María lloró ante el sufrimiento de su hijo. Un llanto fuerte, hecho de esa fuerza de la que está hecho el amor de una madre por su hijo. De esa fuerza que no le impide llorar ni estar junto al que sufre y muere: su hijo Jesús y, ahora, todos sus hijos que somos nosotros. La historia de arte nos ha dejado composiciones musicales y cuadros preciosos de estas palabras del evangelio de Juan: Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre (Juan 19, 25)
¿Eres sensible al dolor de los demás? ¿Son tus lágrimas, lágrimas de amor y compromiso? ¿Estás, como María al lado de quien sufre o huyes?
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