La segunda bienaventuranza proclamada por Jesús dice así: Bienaventurados los mansos.

Jesús es «manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). Probablemente es en esta característica en la que se da el mayor parecido entre madre e hijo. La mansedumbre es, antes que nada, humildad de corazón y dulzura.

En la oración de la Salve invocamos a María llamándola dulzura. La dulzura es la mansedumbre hecha gesto, buen trato, amabilidad y ternura. Lejos de ser una ñoñería blandurria, la mansedumbre implica un fortaleza y una capacidad de autocontrol enormes. Suavidad y fortaleza, he ahí la mansedumbre de la madre de Jesús.

¿De qué modo la dulzura, la amabilidad, el trato delicado están presentes en mi vida?

 

Puedes vivir el mes de mayo dedicado a María con los recursos que cada día se nos ofrecen en este enlace: Mayo con María.

 

Salve (Oración tradicional a María)

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve.

A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva;

a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra,

vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;

y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

 

 

 

 

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