¿A quién te pareces? ¿A tu padre o a tu madre? Puede que físicamente a uno de ellos y seas más parecido al otro por carácter. Seguramente tus gestos, tu voz, tus frases y algunas manías sean clavaditas a uno de ellos. Hoy te propongo acercarte a un espejo de la casa y mirarte detenidamente para orar.

Preparamos la oración.

– Vamos a un espacio de la casa y lo preparamos para que podamos estar cómodos y tranquilos.

– Ponemos uno o varios espejos en medio: si no es posible, la primera parte de la oración la podéis realizar en el cuarto donde haya espejo y regresar después al lugar de la oración. O incluso, si rezas sin compañía, realizar este momento de oración donde esté el espejo.

– Llevamos una Biblia o, si no tienes, este versículo para meditarlo:

Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza: varón y hembra los creó y los bendijo.

(Génesis 1, 26ss)

– Hacemos silencio y nos tranquilizamos.

Antes de orar nos miramos detenidamente en un espejo. ¿A quién me parezco? ¿Qué me hace original? ¿Cómo ha cambiado mi rostro en estos años? ¿Tiendo a compararme con alguien?

 

¿Cómo me ven cuando sonrío? ¿Cómo me ven cuando lloro? ¿Cómo me ven cuando me enfado?

 

¿Qué veo dentro de mí y que el espejo no refleja?

 

 

 

 

Oramos.

Comienza con un ejercicio de respiración y relajación. También necesitas concentrarte. Tienes en las primeras sesiones de este blog algunos consejos para ello.

Haz la señal de la cruz con tranquilidad: al tocar tu frente, pon ante el Padre tus pensamientos; al tocar el pecho, pon ante Jesús tu cariño; al tocar los hombros, ofrece tus esfuerzos y trabajo ante el Espíritu Santo.

Escucha el texto de la Biblia:

Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza: varón y hembra los creó y los bendijo.

(Génesis 1, 26ss)

Medita, ¿Eres consciente de que eres un regalo de Dios? ¿Sabías que seas varón o mujer eres la imagen de Dios? Todo lo que Él es…. lo ha depositado en ti.

Él es libre: tú también.

Él es sagrado: tú también.

¿Te has parado a contemplar todas las cosas maravillosas que hay en ti? ¿Te pareces a Dios? ¿Le has dado gracias alguna vez por ello? Te invito a que ahora lo hagas en un momento de silencio.

«Da pena ver personas con dones maravillosos que viven persuadidos de que no valen nada… Quizá conocen todos sus defectos y luchan por combatirlos, pero no se atreven a mirar los dones estupendos que Dios ha depositado en ellas». (Andrea Gasparino)

Termina rezando el Padre nuestro, sabiendo que, al ser tu Padre, te pareces más a Él de lo que imaginabas mirándote al espejo.

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